13.4.14

Una literatura moral de la Gran Guerra*


Hay una línea en Verano, el tercer volumen del particular proyecto autobiográfico del sudafricano J. M. Coetzee, que resume, no sin pesimismo, el derrotero del siglo XX: “De la misma manera que el destino de ciertas generaciones es que la guerra las destruya, así el de la generación actual es, según parece, que la política las avasalle”. A partir de esta frase, Coetzee comenta la Sudáfrica de sus años de adultez, pero también podría servir para ilustrar el ambiente provocado por la Primera Guerra Mundial en el continente europeo.

En una oportuna operación que merecería un comentario aparte, el escritor francés Jean Echenoz —ganador en 1999 del distinguido Premio Goncourt— publicó 14 (Anagrama, 2013), una novela acerca de la guerra que estremeció a Europa hace 100 años. Perdida en la traducción y breve como la obra que describe, la contratapa original de la novela de Echenoz en Éditions de Minuit es una pieza literaria en sí misma: “Cinco hombres se van a la guerra, una mujer espera el regreso de dos de ellos. Falta saber si volverán. Cuándo. Y en qué estado”. Este es un libro intenso y evasivo que deja al lector preguntándose por el desmoronamiento de toda una generación de franceses.

La novela de Echenoz debe leerse como parte de una misma corriente junto a otras como Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi, y Seda, de Alessandro Baricco. Se trata de novelas cortas en las que no importan tanto el argumento, los personajes o la veracidad del trasfondo histórico, sino la consecución de un aura, una sensación particular que el autor propone y a la que el lector debe llegar. Son fabulaciones en torno a un ecosistema favorable al desarrollo de una idea y a la consecución de una moral propia.

Provenientes de una familia dedicada a la industria del calzado, Anthime y Charles Sèze son 2 hermanos que deben partir inesperadamente a la guerra, un evento que, a pesar de todo, propicia la amistad pero no el amor. Los 3 amigos de Anthime —Padioleau, Bossis y Arcenel— marchan con él; mientras que Charles tiene que abandonar a Blanche, su prometida. En 14 tiene lugar un triángulo amoroso apenas insinuado que recién toma forma al final del libro, cuando de ninguna manera podría seguir siendo llamado un triángulo amoroso bona fide.

Dueño de sus recursos narrativos, Echenoz armó en un poco más de 100 páginas una estructura mínima con un argumento que recorre linealmente 4 años de guerra y que, pese a su cualidad de lectura fluida, necesita de más de un momento para tomar un respiro antes de continuar. Sus personajes aceptan la fatalidad con resignación y relativa calma; todo va mal y todo puede ir peor. Incluso los civiles, de quienes podría pensarse que apoyarían a sus soldados, parecen dispuestos a sacar el mayor provecho económico posible de la situación. Y, por supuesto, la fábrica de zapatos de la familia Sèze no es una excepción.

Es probable que la clave detrás de las intenciones de contar hoy una tragedia de hace un siglo las dé el mismo Echenoz en las primeras páginas de 14. Anthime había salido a dar un paseo en bicicleta cuando el llamado a la movilización sonó desde las campanas de la iglesia. Al volver, un bache hizo que se cayera el libro que él llevaba consigo, “que se abrió en su caída para permanecer eternamente en solitario al borde del camino, reposando boca abajo en uno de sus capítulos, titulado Aures habet, et non audiet”.  Es el llamado moral que Echenoz pronuncia a destiempo: “Tienen oídos, pero no escuchan”. Al mismo tiempo, no hay nada en la visión desmenuzada de la novela que propicie un sentimiento de esperanza.

Una voz omnisciente, cercana a los personajes pero distante temporalmente, narra los hechos en tercera persona. Toma partido y comenta lo que sucede como si fuera un personaje más, un transcriptor de la historia. O como si se la contara a alguien más. ¿Qué quiere decirnos al contarnos su historia de la guerra? ¿Por qué no se explaya en los detalles? ¿Por qué la brevedad? Y, sin embargo, unas cuantas líneas excesivamente fidedignas con los detalles —y que a ratos se cargan de una fría ironía— son lo suficientemente explícitas y viscerales como para estremecer al lector.

“Todo esto se ha descrito mil veces”, así interrumpe el narrador de 14 su propia verborrea. Esta distancia con lo que se cuenta y el irregular deseo de objetividad convierten a la voz omnisciente en una suerte de demiurgo que dispone de los personajes a su antojo. La aberración y la arbitrariedad de la guerra parecen, a menudo, la aberración y la arbitrariedad del narrador. No parece haber una simpatía especial por los protagonistas, quienes más bien sirven como conductores de la mencionada advertencia moral.

El interés principal de la novela parece oscilar entre la guerra y entre Anthime y los efectos que la guerra produce en él. Uno de los méritos de Echenoz es el de haber logrado comprimir la historia en la densidad y la brevedad de un poema; un ejemplo de esto es la bella y sórdida imagen de los soldados franceses avanzando hacia el enemigo entre un paisaje bucólico, con su uniforme azul y rojo, escoltados por una banda de música interpretando La Marsellesa. Sin embargo, el novelista francés falla en su meditación sobre el destino de las generaciones bajo el sinsentido de la guerra al no comprender que la mayoría de las naciones europeas la consideraban no como un horror que debe evitarse a toda costa, sino como un instrumento político útil. Esto, como bien lo supo ver el Coetzee de Verano, ya no es así.

(*) Publicado en Cartón Piedra, suplemento cultural de diario El Telégrafo, el 13 de abril de 2014.