16.3.14

La enfermedad era su vida. Apuntes sobre David Foster Wallace*

I
Como casi cualquier profesión, la de los escritores también otorga a quienes la practican la capacidad de ser reconocidos casi inmediatamente a partir de ciertos accesorios o rasgos físicos. Basta con ver a un hombre de nariz afilada y rostro delgado que luce con elegancia un traje completo, sombrero y bastón para saber que se trata de Tom Wolfe, el padre del Nuevo Periodismo. Otras figuras icónicas son Mario Bellatin y su brazo prostético; Roberto Bolaño y sus lentes redondos; Jean-Paul Sartre y su mirada con estrabismo; Amélie Nothomb y sus extravagantes sombreros. Para ser popular no hace falta ser leído ni ser especialmente atractivo.

Cuando se piensa en David Foster Wallace, poco importa que se trate de uno de los escritores estadounidenses más importantes de los últimos años, ganador de la única distinción otorgada en su país a la genialidad y autor de un libro de mil páginas considerado como un clásico contemporáneo. La imagen que perdura de este autor es la de un hombre de apariencia desaliñada con el pelo largo asomándole del eterno pañuelo sobre la cabeza y los pies enfundados en botas de trabajo. Por este look y por su actitud lo calificaron de grunge, pero Wallace nada más prefería la comodidad. Y si bien la honestidad fue uno de sus principios fundamentales, la fama lo separó en diferentes versiones de sí mismo que habitaron un solo cuerpo.

Las siglas DFW, tan famosas como la figura antes descrita, responden al autor; luego está David Wallace, el ciudadano cuyo nombre aún no incluía el apellido de soltera de su madre, adoptado para diferenciarse de un escritor homónimo; para sus amigos, él siempre fue Dave (hay una anécdota relatada por una de sus novias en la que explica que Wallace le escribió una larga carta explicando las razones por las que prefería ser llamado Dave y no David); y finalmente está el joven deportista sabelotodo apodado ‘the Waller’ por sus compañeros de universidad. No hace falta conocer las distintas encarnaciones de Wallace para leer su obra, así como tampoco hay que buscar en ella claves o piezas para reconstruir su vida. Bucear entre el anecdotario personal de Wallace es hacerlo bajo la premisa del “texto y contexto” abanderada por el crítico David Viñas. Se revisa la biografía del autor no para leer su obra sino para ubicarla en una época y distinguir la modificación del sistema literario.

(Continúa leyendo en Hermano Cerdo. El texto fue rescatado el 7 de septiembre de 2015)

(*) Publicado en Cartón Piedra, suplemento cultural de diario El Telégrafo, el 16 de marzo de 2014.