16.5.12

Diana, o El Paraíso como bastión*

Diana Patiño
El calor empieza a calmarse y los carros se acumulan en la Carlos Julio. Mientras camino al pie de la avenida imagino la interminable fila de personas pugnando por entrar en el paraíso (el de los cristianos, no el barrio) y a San Pedro como vigilante de la Comisión, sudando desde la espina vertebral hasta la punta de las uñas, desesperándose por pedir papeles. Cinco casas después del Chifa, me había dicho Diana indicándome las señas para llegar a su casa. Desde donde vivo tengo que bajar hasta la Av. Carlos Julio Arosemena y de ahí avanzar en este orden: la vulcanizadora; el restaurant de los cubanos (uno de varios); otra vulcanizadora (ésta en tamaño miniatura); un local de venta de empanadas, corviches, papas rellenas y jugos; el chifa del chino que pasa sentado al pie de la entrada fumando un cigarrillo con los pies sobre la banca; y cinco casas más. La casa de Diana existe detrás de un muro de ficus que disimulan una reja metálica color negro. Cuando llego a su casa un bus escolar está estacionado al frente; el bus hace la cola para entrar al colegio 28 de mayo y evacuar a toda prisa a sus estudiantes.

Pero ¿quién es Diana?, Diana es Diana Patiño. ¿No? Bien, Diana es @nitadp, ¿ya? Sí, Diana es miembro fundador de Guayaquil en bici, el grupo que promueve el uso de la bicicleta, aparte de una actividad física, como un medio de transporte seguro y cotidiano. Guayaquil en bici se ha encargado de aplicar la dinámica de lo que se conoce como Masa Crítica para hacer del uso de la bicicleta una actividad masiva. Se trata de un paseo mensual para celebrar el ciclismo y para afirmar los derechos del ciclista en las calles. No es una organización ni un evento, el punto de reunión ha sido fijado por conveniencia -la Plaza Rodolfo Baquerizo Moreno- y el recorrido cambia constantemente de acuerdo con el ánimo de cada noche.

Esta tarde Diana se prepara, a su manera, para la Masa Crítica de esta noche. Al recibirme en su casa tiene un look de rockstar enfiestado o de alguien con sueño que ha tenido un conato de siesta. Me parece curioso el hecho de que, a pesar de vivir en el mismo barrio y a solo unas cuadras de distancia, a Diana la conocí primero, si es que tal verbo encaja, por internet; y luego empecé a usar la bici más seguido y fui a una Masa Crítica, y un día la entrevisté para un proyecto universitario. Podría decirse que Diana influyó en mi decisión de ir pedaleando a todas partes, de la misma manera en que Diana fue una influencia decisiva para que su jefe haga lo mismo comprándose una bicicleta. Funciona como un virus, quienes te rodean se dan cuenta de las ventajas, y muy probablemente influyas en ellos, sin embargo, eso no evita que te tilden, como a Diana, de loca. El prejuicio es inmenso, así como el miedo. Un miedo que incluye el que siente la mamá de Diana cada vez que ella sale a la calle, aunque este miedo no cambiará nunca, es un tópico: la preocupación de madre.

El tráfico en Guayaquil es un monstruo y las calles son como cavernas que deben permanecer inexpugnables. Cuando la gente piensa en ciclismo, piensa en 1)deporte y 2)hobbie, casi nunca en un modo de transporte urbano.

Sentados en el sofá de la sala, Diana me habla de una sana envidia que produce en los demás el uso de la bicicleta (para todo tipo de actividad) por parte de uno. Esto refuerza mi teoría del monstruo y la gran capacidad de auto-generarse miedo y prejuicio que tenemos los guayaquileños, o quienes aquí habitamos.

No tengo una grabadora de voz conmigo y no puedo reproducir la energía y contundencia de las frases de Diana. Ella está convencida de lo que cree. También hace reír. A ella no le gusta treparse a un colectivo, usa la bici como transporte hace poco más de medio año. Entre sus metas de vida no está comprarse un automóvil; tal vez no por ahora y no para usarlo en Guayaquil, agrega. Dice que si compra un carro lo usaría para viajar a todas partes, siempre cargando con su bicicleta.

El Paraíso es un barrio de apacible extrañeza. Acá todos los días son domingo (silentes y grises). Le pregunto a Diana acerca de lo que ocurre, para ella, en el barrio, y no sabe con certeza qué responderme. Me recalca que su relación con el barrio es una relación de dependencia. Tenemos que cambiar de plano y trasladarnos al pasado:

-Quince años viviendo en el Paraíso.

-Primera comunión e ir a misa todos los domingos (cuando practicaba el catolicismo).

-La misa de los domingos mutó en ir a comprar frutas donde Juanita, la tendera.

- La vulcanizadora como "parada en pits".

-Comer en el Chifa cuando el chino que pasa sentado al pie de la entrada fumando un cigarrillo con los pies sobre la banca todavía no era su dueño.

Nos reímos a costa del chino del Chifa y luego me cuenta sobre su antigua dueña, una china gruñona que repartía la carta y los platos como quien lanza los aros en ciertos juegos de Play Land Park. Tendría que buscar a la china y obtendría una buena crónica, me dice Diana. Diana la que trabajó hace diez años en el primer cyber café del Paraíso, un local atendido por los primeros cubanos en colonizar esta porción del Puerto. Hoy ese cyber ya no existe, pero los cubanos siguen en aumento. La relación de Diana con sus vecinos se reduce a un "hola y chao", me explica. Concuerdo con ella. No hay relación como tal. Cada quien vive dentro de sus propios muros.

El tiempo no se detiene: anochece. El tráfico parece seguir estancado y las alumnas del 28 empiezan a dar vueltas por la zona con sus risas pre-púberes. Diana tiene que prepararse para la Masa Crítica, no ha faltado a ninguna desde la primera vez, en septiembre del año pasado. Hoy espera que lleguen unas cien personas. Mientras se alista -deja el celular en el sillón, aparece un termo de agua en la mesa, guarda su laptop- me va contando un poco más sobre su experiencia con los pedales. Nunca ha tenido accidentes graves, solamente una vez en que intentó rebasar a un bus y por su propia imprudencia, al colocarse en el punto ciego del chófer, cayó sobre la vereda. Nunca le han robado mientras pedaleaba, confía en su dominio sobre la bicicleta y, sobretodo, desconfía de los autos y del abuso al volante. Ahora Diana se ha cambiado de camiseta -también de color negro- y no sé si es la misma pantaloneta que tenía antes, no le pregunto porque enseguida me muestra su técnica del "cateo", como le llama ella, consiste en distribuir sus pertenencias en los bolsillos de la pantaloneta y luego revisarlos antes de salir, confirmando su contenido, ya que no lleva cartera ni bolso. El "cateo" es su ritual, parada al pie de la puerta de su casa lo realiza rápidamente, y noto que tiene una bandana en su muñeca izquierda, la misma que la vi usando cuando fui a una Masa Crítica. Diana me explica que no es una cábala exactamente pero que le gusta usarla siempre. Ya en la calle se la acomoda sobre la cabeza antes de ponerse el casco. No escatima en medidas de seguridad, se coloca una banda reflectiva en la pantorrilla de una de sus piernas y antes de salir revisa y enciende las luces de su bicicleta.

Ya es de noche, la Carlos Julio no ha cambiado su condición de arteria principal, con una grave crisis de acumulación de autos-grasa. Diana solo tiene que cerrar la puerta de su casa, montarse a la bici, bajar la vereda y ya es parte del interminable flujo de vehículos. La acompaño hasta el semáforo, los buses escolares que esperaban al pie de la avenida han entrado al colegio y ya van saliendo llenos de niñas. Un vigilante de la CTG detiene el tránsito para que salgan los buses. Diana, que se ha encontrado con otro asistente de la Masa Crítica, aprovecha para avanzar y lentamente descienden por la avenida.

Alcanzo a tomar un par de fotos y veo desaparecer a los dos ciclistas -o a sus luces LED-. Esta noche yo no tengo bici, así que saco mis $0,25 para la Metrovía y recuerdo, no sin preocupación, que esta mañana hubo una balacera dentro de la estación y que esperaré al articulado en el mismo lugar donde hace unas horas murió una persona.

(*) Publicado en Gkillcity, portal de periodismo alternativo, el 16 de mayo de 2012.