22.1.12

Con los ojos cerrados*

Esto no es una crónica, aunque sí pretende serlo; se trata más bien de una miscelánea de hechos y pensamientos que recorren el barrio que habito. Porque al fin y al cabo es un barrio a pesar de que lo adornen con un Ciudadela El Paraíso. Así que permítanme (el imperativo es vano, lo admito) empezar esto con un poema de Roberto Bolaño:

NUEVAS URBANIZACIONES. PESADILLA
Ciudades nuevas con parques y juegos infantiles y Grandes Supermercados…
En zonas abiertas, en viejos pantanos, en haciendas abandonadas…
Con guarderías y farmacias y tiendas
y pequeños restaurantes…
Y muchachas de 15 años caminando con los ojos cerrados…
Alguien responde por todo esto,
debe haber un vigilante en alguna parte, un panel de mandos…
Muchachas y muchachos conversando en las azoteas…
Voces delgadas que llegan en sordina…
Como escuchar a alguien que habla en la carretera
sin salir de su vehículo…
Un poco adormilado tal vez…
Y es demasiado tarde para salir indemne
de la pesadilla...

Voy para los cinco años de vivir esta pesadilla, de habitarla más bien. Guayaquil es una impresión difícil, pierde su gracia cada cierto tiempo. Hasta antes de mudarme acá nunca había tenido una experiencia de barrio, en Quito viví al pie de una avenida inmensa cerca del colegio San Gabriel, en Playas el barrio eran hectáreas de terreno baldío y el mar siempre de patio trasero, en Portoviejo habité la bajada del San Pablo, el barrio “heavy”, la favela manabita por excelencia, y como bajada, lo viví todo atenuado, con la vista a la avenida Universitaria y el desfile de personas.

Cuando me convocaron para formar parte de este equipo de cronistas guayacos (o que escriben sobre y desde Guayaquil) me dijeron, no recuerdo si en estas palabras, que debía (d)escribir mi “zona”, my Hood, mi porción de la Pesadilla.

En ese momento me dio mucha vergüenza reconocer que en El Paraíso no pasa nunca nada. Que no tenía nada interesante para contar, porque, al fin y al cabo, lo que todos buscan es la visión de Guayaquil que mejor se ajuste a los barrios más difíciles de Río o Los Ángeles, por poner dos ejemplos disímiles pero igual de complicados en violencia. A pesar de que debíamos militar en contra de esa satanización/vanagloria que se hace de los barrios en los medios tradicionales, lo que genera polémica y por consecuencia “vende” y “pega” es la pornomiseria (el escándalo, el espectáculo de lo cutre) pero en este desdichado barrio no pasa nada. Claro que hay un dealer a dos casas de la mía que le vende skunk a futbolistas famosillos y a la crema y nata de una universidad cercana, hay indigentes olvidados que suben la loma todo el día, hay inmigrantes que se comen la camisa por las causas más diversas, sin embargo, me sostengo en que no sucede nada, y lo explicaré.

En “La novela murió”, el libro de crónicas de Rubem Fonseca, el autor comenta el origen del término “zona”. En un barrio llamado Zona do Mangue se ubicaban los prostíbulos comunes, cerca de la Plaza Once, donde surgió la samba. “Zona” pasó a significar lugar de prostitución, cuando se quería comentar que una mujer se había prostituido, se decía que era “una mujer de la zona”. Todo esto que explica Fonseca es en el cruce entre los siglos diecinueve y veinte.

Podría asegurarse que en Ecuador la denominación de “zona” para nombrar a un barrio con características particulares comparte orígenes con su contraparte brasileña. Es por esto que considero a mi zona como “zanahoria”, donde no sucede nada de lo que se esperaría de una ciudad que se respete por grandes mafias del narcotráfico o la trata de blancas.

Aun así, en este barrio sucede mucho. Pienso que es lo más cercano que podría estar de un barrio autónomo, en el sentido en que se le daba desde el autonomismo sesentero. Acá se llevan a cabo periódicamente asambleas horizontales para la toma de decisiones. Claro que también participan los dos chapas que ocupan el PAI ubicado a una cuadra de la Carlos Julio, pero no tienen mayor relevancia para decidir algo. Del seno de estas asambleas salió la idea de cerrar todas las salidas del barrio exceptuando la entrada principal, calle Ciruelos. Así que hay una entrada y una salida, todos los carros pasan al pie del PAI y de la capilla de la ciudadela, también de la farmacia y la vulcanizadora. A veces se deja abierta la salida de la calle Veintiocho de mayo durante el día.

La escritura de este texto ha venido cocinándose por más de dos semanas, no por una cuestión de procrastinación sino más bien por atender asuntos más banales como arreglar la casa e ir a clases. Ahora escribo esto durante una madrugada. No hay ruidos exteriores, todo se ha calmado. Hace menos de media hora había una fiesta justo debajo de mi departamento. El barrio no se caracteriza por el exceso de bulla pero para mala suerte mía, y de mi hermana, fuimos a parar arriba de la familia más escandalosa de Guayaquil. Es como tener a la familia de Malcolm in the middle, claro que sin Malcolm; es insoportable algunas veces. Por ahora la fiesta se ha calmado, o los invitados ya se han ido; recuerdo haber escuchado algo asi como “¡vámonos a un chongo!”, supongo que el que lo dijo trataba de sonar chistoso ante medio barrio dormido pero sinceramente deseo que haya ido y siento envidia de no estar ahí con él.

Siempre he visto a El Paraíso como la ciudadela de los skaters y los jubilados. También hay cubanos y colombianos, y cubanos, muchos cubanos. ¿Dije ya que habían cubanos? Los hay por montones, son buena onda, no se meten con nadie, son gente bella y de paso emprendedores. Al pie de la Carlos Julio (la avenida Carlos Julio Arosemena, por si acaso), sin dejar de ser parte de El Paraíso, coexisten dos restaurantes propiedad de cubanos; sin embargo, los almuerzos consisten en comida ecuatoriana por lo general. También hay un chifa cerca pero está sobrevalorado, como todos los chinos en el país. Como decía, estos dos restaurantes coexisten tranquilamente, reciben decenas de clientes todos los días, sobretodo obreros de la zona y estudiantes. Esta mañana fui a comer a uno de ellos, no diré cuál porque pienso que uno es mejor que el otro y no quiero formar juicios. Disfruto un poco menos su comida que la vista de una cubanita que me tiene encantado desde hace meses. Lo que pasa es que es como un fantasma, aparte de que es muy blanca, casi nunca se la ve, creo que solo la he visto unas tres veces y ha hecho más ameno el almuerzo, sin duda. Pero se me escapaba la idea, el barrio le pertenece a los skaters y a los jubilados. Incluso un primo mío que vive en Urdesa viene con amigos de él a patinar por estos lados. Ahora que está de moda entre los jovencitos el longboard y el correspondiente downhill supongo que el barrio ha adquirido un nuevo encanto; de hecho, yo suelo bajar la loma en bicicleta casi todos los días y es una sensación que no podría aburrir ni cansar nunca. Los viejos también hacen de las suyas, no se crean, se reúnen en la panadería de Chirimoyas y Almendros (sí, todas las calles tienen nombres de árboles frutales) para recordar viejos buenos tiempos con una cañita, un cigarrillo… ¡Bah! Con varias cañas y varias cajetillas, no hay otra manera.

Ésta es noche de viernes, pasando a sábado, y los escuadrones del apocalipsis acaban de pasar. Hablo del camión recolector de Puerto Limpio. Definitivamente, cuando llegue el juicio final nos vendrán a recoger con una musiquilla similar, si no la misma. Olvidaba otro asunto importante, acá los vecinos nunca dependimos de Puerto Limpio, ni de Vachagnon en su momento, para sacar la basura a tiempo y en los lugares adecuados; producto de las asambleas se determinaron los horarios y los sitios para depositar la basura. Por eso creo que se mantiene una imagen de limpieza generalizada, menos por los perros. No por los perros, sino por sus cagadas. Tal parece que a la gente le parece lo más normal del mundo dejar el excremento de su perro adornar las aceras, nadie recoge nada. Supongo que algún rato presentaré mi queja ante la reunión de vecinos. Algún rato.

El barrio, sin embargo, no es ninguna maravilla, no hay mucha convivencia y cada uno vela por sus intereses, por lo general, no siempre, ojo. Se trata de una ciudadela casi homogénea, controlada invisiblemente hasta cierto punto. Uno puede recorrer todas sus calles sin toparse con otra persona a pie.

De alguna manera, los muchachos caminan con los ojos cerrados. Como bien dice Bolaño, alguien responde por todo esto: la ciudad es un panóptico, lo mismo que el barrio en menor escala. Hay un poder invisible, o no tanto, que regula a través de la disciplina. En un barrio que lo tiene casi todo, las voces llegan delgadas. Es ya un poco tarde para despertar de la pesadilla. Y no trato de metaforizar, es real, la normatividad es real, la convivencia precaria está aquí, el chisme se ha instaurado como bandera y los perros hacen de las suyas bajo la aprobación de sus amos. Los gritos están tolerados. Hemos entrado a un proceso masivo de Folie á deux (á trois, etc. Incluyendo a todos quienes habitamos esta elevación).

Esto no es una crónica. Solo quería poner los puntos sobre las íes, establecer las pautas para el negocio. Ya tendrán a su dealer, ya conocerán la odisea de los chicos que esperan a las del Veintiocho de mayo mientras guardan armas blancas en sus mochilas, ya le hablaré del argentino exiliado que se me acercó una noche en la que llegaba a casa con mi bici y me contó que también practicaba ciclismo y que hacíamos parte de la misma agrupación sin habernos visto antes, también hay que hablar del Cerro Colorado y sus infinitos incendios, son muchas personas y acciones que no pueden quedar en el silencio, aun cuando estos micro-sistemas de relaciones no parezcan ser relevantes son importantes para entender el nivel macro que es Guayaquil.

Así es mi zona-zanahoria, donde los sucesos se dan para sus adentros y no interesan más allá de sus límites de acero y bosque. Volverán a leerla, de alguna u otra forma.

(*) Publicado en Gkillcity, portal de periodismo alternativo, el 22 de enero de 2012.